
Cuando los Arquitectos se Volvieron Custodios del Pasado
Vivimos un momento histórico extraordinario.
Robótica avanzada. Inteligencia artificial. Biología sintética.
Materiales inteligentes. Fabricación automatizada.
Por primera vez en la historia, la tecnología nos permite imaginar un mundo donde nadie necesita dormir en la calle.
Máquinas que construyen viviendas en días, no en meses.
Estructuras que se auto-reparan y evolucionan.
Materiales que responden al clima y optimizan el consumo energético.
Sistemas de diseño que se adaptan a las personas, no a los caprichos especulativos de una élite obsesionada con los metros cuadrados edificables.
La vivienda podría dejar de ser un lujo para convertirse en un derecho accesible para todos.
Pero hay un problema.
Quienes deberían liderar esta revolución…
se han convertido en guardianes de un sistema obsoleto.
Siguen venerando las cajas de hormigón de Le Corbusier como si fueran textos sagrados,
cuando esas mismas estructuras nos han conducido al desastre climático que hoy enfrentamos.
¿Por qué?
¿En qué momento nos convertimos en cómplices de un sistema
que ha entregado el poder a los bancos y a los especuladores inmobiliarios?
¿En qué momento, a través del silencio, empezamos a respaldar un modelo que necesita que la vivienda sea escasa para que resulte rentable —pero solo para unos pocos?
Mientras las universidades siguen repitiendo teorías centenarias,
millones de personas sobreviven sin hogar,
alquilando minúsculos habitáculos que ningún estudiante aprobaría si los diseñara en clase.
Cápsulas despojadas de toda vergüenza.
Mientras los starchitects firman torres para millonarios,
la tecnología que podría democratizar la arquitectura se pudre en los laboratorios,
incapaz de instalarse en la vida real.
Es el síndrome de Estocolmo 2.0:
Nos enamoramos de nuestras propias limitaciones.
La pregunta no es si la tecnología puede revolucionar la vivienda.
Puede. Ya lo hace.
La verdadera pregunta es:
¿Tendrán los arquitectos el valor de liderar esa revolución?
¿O seguirán siendo los monjes medievales de un conocimiento oculto, escondido, pero que debería ser de todos?
El futuro de la arquitectura no está en los museos.
Está en los laboratorios.
En los algoritmos.
En la biología sintética.
En las máquinas que construyen sin descanso.
¿Seguiremos repitiendo viejos mantras sobre forma y función?
¿O nos atreveremos, por fin, a imaginar una arquitectura al servicio de la humanidad?
La revolución ya empezó.
Solo falta que los revolucionarios se den cuenta.