
Para los que dibujaron puentes sin saber si el abismo podía ser cruzado.
Para los que pensaron con cables, con viento, con luz.
Para los que vieron espacios donde solo había límites.
Para quienes proyectaron formas que nadie pidió, pero que ahora todos habitan.
Este texto es para los utópicos.
No los del cartel motivacional, sino los verdaderos:
los que fracasaron por exceso de imaginación,
los que se adelantaron tanto que el mundo no pudo seguirles el paso.
Leonardo Da Vinci, que bocetaba máquinas de habitar el aire cuando ni siquiera sabíamos habitar el suelo.
Ada Lovelace, que escribió el primer código antes de que existiera una máquina para ejecutarlo.
Alan Turing, que descifró el lenguaje de las máquinas mientras el suyo propio era condenado.
Nikola Tesla, que iluminó ciudades con ideas que no cabían en su tiempo.
Ivan Sutherland, que trazó geometrías en una pantalla cuando la arquitectura aún era lápiz y papel.
Todos ellos pensaron sin permisos.
Y por eso incomodaron.
No construyeron lo que se pedía. Propusieron lo que nadie se atrevía a pedir.
Mientras el mundo exigía respuestas rápidas, ellos abrían preguntas infinitas.
Mientras los demás medían metros cuadrados, ellos expandían las coordenadas del pensamiento.
Este también es un texto sobre arquitectura.
Porque si hubo una disciplina que nació para proyectar lo que aún no existe, es esta.
Y, sin embargo, nos hemos vuelto cautelosos, obedientes, normativos.
Dibujamos según reglamento. Modelamos según manual.
Y al hacerlo, olvidamos que la arquitectura no es la gestión del espacio:
es la organización del deseo.
Utopía no es una extravagancia. Es un dispositivo crítico.
Es el lugar desde donde la arquitectura se vuelve peligrosa.
Donde deja de maquillar lo real para imaginar lo irreal como posibilidad.
Esto es para quienes ya no creen en planos eternos, sino en formas que mutan, que especulan, que arriesgan.
Para quienes proyectaron lo que aún no existía.
Para quienes entendieron que dibujar es también resistir.
Volvamos a ese lugar donde dibujar era una forma de insubordinación.
Volvamos a proyectar como si el presente no fuera el único escenario posible.
Volvamos a hacer arquitectura que no solo encaje, sino que disloque.
Volvamos, sin miedo, a ser utópicos.