La irrupción de los sistemas digitales en los años noventa no fue una mejora instrumental. Fue una ruptura. El paso de una geometría ilomórfica, subordinada a moldes, tipologías y repeticiones, hacia una geometría topológica, continua, variable y relacional. No aparecieron solo nuevas formas: se empezó a resquebrajar la caja. Esa caja que había dominado durante décadas la arquitectura moderna y tardomoderna, cómoda, eficiente… y profundamente limitada.
Durante esos años vimos desfilar a quienes empujaron esa grieta. Una Zaha Hadid aún joven, convertida en laboratorio viviente del espacio continuo. Jean Nouvel tensando la geometría desde la materia y la percepción. Y, por supuesto, un Gehry descarado, torpe y genial a partes iguales, demostrando que la curva podía ser imprecisa, violenta y profundamente humana. No eran estilos: eran síntomas de un cambio de sistema.
Han pasado veinticinco años del siglo XXI. Las curvas se han suavizado, esterilizado, convertido en branding. Algunas se volvieron más extremas, otras más complacientes. Muchas dejaron de ser consecuencia de un pensamiento geométrico y pasaron a ser simple cosmética formal. Y, mientras tanto, esos “jóvenes radicales” de los noventa empezaron a desaparecer. Primero Zaha. Ahora Gehry. No es solo una pérdida biográfica: es un vacío teórico.
La pregunta no es quién hará ahora edificios curvos. Eso es irrelevante. La pregunta real es quién se atreverá a pensar la geometría más allá de la caja cuando el software ya no es excusa y la tecnología ya no es novedad. Quién entenderá la curva no como gesto, sino como sistema. Como consecuencia. Como lógica espacial y material.
Porque si nadie toma ese relevo, la caja volverá a reinar. No por falta de medios, sino por falta de ambición. Y esta vez no será una imposición técnica, sino un fracaso intelectual.
Marcelo Fraile Narváez
