
BIO-SKIN desarrolla superficies arquitectónicas que responden activamente al entorno mediante sensores biométricos y algoritmos inteligentes. Esta piel digital se altera ante estímulos como temperatura, luz o interacción humana, generando espacios vivos donde se difuminan las fronteras entre lo construido y lo natural.
Más que adaptar la arquitectura al clima, introduce un sistema nervioso artificial. Cada fachada se convierte en un umbral sensible, cada envolvente en una membrana capaz de percibir, procesar y actuar en tiempo real. Lo que antes era materia inerte adquiere capacidad de reacción, transformando la relación entre edificio y entorno en un diálogo continuo.
Ya no es un objeto que protege del exterior, sino una interfaz activa que traduce señales físicas en respuestas materiales: superficies que transpiran, se contraen, se opacifican o emiten luz. BIO-SKIN no concibe el espacio como un contenedor para el cuerpo, sino como un cuerpo en sí mismo, un organismo artificial donde sensores funcionan como nervios y actuadores asumen el rol de músculos.
El espacio deja de experimentarse como volumen para sentirse como metabolismo. Se vuelve pulsátil, contingente, afectivo. Las envolventes abren y cierran como estomas, regulan flujos energéticos como una epidermis inteligente y reaccionan a la presencia humana con lógica de reciprocidad. No es el usuario quien impone control sobre la arquitectura, sino la arquitectura la que escucha, interpreta y responde.
En esta condición emergente, la estética ya no es forma estática, sino comportamiento dinámico. La belleza surge de la reacción, de la empatía térmica, de las coreografías lumínicas que dialogan con el contexto. Se desdibujan los límites entre tecnología y biología, entre naturaleza y artificio, entre materia y código. BIO-SKIN no es metáfora, sino mutación: el fin de la arquitectura como objeto y el nacimiento de la arquitectura como sujeto, sensible, autónomo e impredecible.



